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Variaciones de nuestro silencio: un intento de inteligibilidad de las variaciones artísticas hoy— Revista NUDO, Nº3, 2017 [re-editado para la revista SulPonticello, Nº79]
“(...) he dejado de creer en "grandes
acontecimientos" tan pronto como se presentan rodeados de muchos aullidos
y mucho humo. ¡Y créeme, amigo ruido infernal! Los
acontecimientos más grandes no son nuestras horas más estruendosas, sino las
más silenciosas. No en torno a los inventores de un ruido nuevo: en torno a los
inventores de nuevos valores gira el mundo; de
modo inaudible gira”
Friedrich
Nietzsche
Así habló Zaratustra
“El
verdadero invento de Satanás —profetizaba Mairena— será la película sonora en
que las imágenes fotografiadas, no ya sólo se muevan, sino que hablen, chillen
y berreen como demonios dentro de una tinaja. El día en que ese engendro se
logre coincidirá con la extensión del empleo de los venenos insecticidas al
aniquilamiento de la especie humana. Por una vez estuvo Mairena algo acertado
en sus vaticinios; porque la película sonora y el uso bélico de los gases
deletéreos son realmente contemporáneos. Que sean dos fenómenos concomitantes,
como efectos de una misma causa, es muy discutible. Sin embargo…”
Antonio
MachadoConsejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena
y de su maestro Abel Martín
Con abotargada concisión, el maestro Mairena
nos deja –a puño y letra de Machado– una visión de incalculable relevancia,
interesados como estamos en lo artístico de
sus palabras, esto es, en lo que a la vida supone. Poco más o menos nos anuncia la transustanciación de lo sonoro, efecto de una grave ocupación, siendo el sonido lo
que en verdad ocupa, lo
que da el sentir del llenar. Nos esta invitando aquí el poeta a una
titubeante reflexión, que más que abordar cuestiones de tipo técnico, trata más bien del sopesar de una cosmología, consideración
de un todo que camina y se transforma al
ritmo en que lo hace el hombre.
Esta transformación en concreto, la sonora, alude a una metamorfosis dentro de la esfera
humana que se revela como central, que le es característica y definitoria. Este
hecho en cuestión no puede reducirse meramente a la invención de la película
sonora como fenómeno
aislado, siendo en cambio extrapolable a todo desarrollo, no solo técnico, que
atente de manera decisiva contra nuestro campo
sonoro propio: nuestra soledad. Soledad
entendida como el principio ineludible de interioridad fundamental, no como la falta
de compañía.
En la cita el poeta nos invita a
pensar —aunque el tono que percibimos en sus palabras no admite de la pasividad
que pueda suscitar esta expresión— sobre lo que implica para todo conciudadano
la mutación, más o menos educada, de un silencio personal y creador. Dicho así
poca novedad aportamos, se ha dicho ya mucho en torno a la “sustancia” de
un posible silencio político. No obstante no
queremos ahora señalar la sustancia, sino al sujeto de este silencio: el
verdadero silencio nace del sujeto, no de
sustancia alguna. En este sentido, sujeto y sustancia son irreductibles el uno
al otro, ya que no se puede considerar al sujeto como sustancia sin hacer peligrar
su riqueza y profundidad; así como tampoco podemos separar al sujeto de su silencio, por mucho que culturalmente hayan sido
forzados hasta hacerlos separar o al menos quebrar.
El silencio, cuando se habla de un sujeto, tiene función adverbial y no
adjetival, más que ser un algo que “añadimos”
al sujeto, es lo que cualifica en tanto sujeto modalmente. Silencio es lo que
“sujeta” al sujeto como tal, podríamos decir. Sin obviar esa voz que nos dice que
el silencio, de ser, “es” resistencia al mismo verbo (ser). Mas no existe
sujeto sin su silencio. De ahí que la meditación sobre su imparable
transformación sea algo que nos concierne tan decisivamente.
Hagamos antes una llana distinción: el
silencio al que apuntamos no es el resultado de bajar el volumen de un aparato cualquiera.Esto sería poner el carro delante de los caballos, un carro,
por lo demás, sin ruedas. El silencio que nos compete aquí, el silencio humano,
nada tiene que ver con ese otro, o al menos no ve agotada su significación en él.
El humano silencio habita en y entre lo sonoro, penden uno
del otro. Progenitor entre otras cosas del pensamiento, de la palabra sentida,
porque permite adquirir esta su “velocidad” natural, la del pensar; y más que
velocidad, ritmo, ritmo que no se ve impelido por aceleraciónalguna –esta aceleración que parece ser norma general hoy en día. No olvidemos
que el concepto de aceleración, tan apadrinado por las cosmovisiones
científico-técnicas actuales, ha sido de reciente cuña, al menos en su versión más
característica. Concretamente este término, a partir de la revolución
industrial, además de ser el más enarbolado, posee una posición esencial y
fundacional, con consecuencias omniabarcantes no solo en el plano económico y
estructural de la sociedad, también incluso en el filosófico, dejando al
descubierto una mutación íntimamente relacionada con lo que hablábamos
anteriormente sobre el hombre y su silencio: la mutación en la tolerancia de su
espera.
El hombre como ser
esperante, esperanzado al fin, busca sin más —ni menos— tensión que
su existencia, a partir de su tiempo de
espera, tiempo reflexivo, de adecuación, de reconocimiento en su silencio. Su
ser está intrínsecamente unido a la espera, al velar, porque de suyo es el estar
expectante, el querer ser o no ser aún del todo. Es más, solo este es el que es
capaz de recibir, porque entra de lleno (y vaciado) en su espera, en la
economía del acontecer o de lo in-esperado. Y aún con todo, no es algo —concreto— lo que espera. En definitiva, la
espera conlleva siempre un alguien, un ser, una persona; el resto, en su
totalidad, no espera nada.
Una reflexión en torno a las
variaciones de este nuestro campo sonoro propio podría ser útil para trazar otros
cauces de entendimiento distintos al acercamiento historiográfico, sobre todo en
lo referente al desarrollo antropológico de los movimientos artísticos, que sin
desembocar en sistema necesariamente, tienda puentes hacia una comprensión no
derivada únicamente de hechos “objetivos” y clasificables; evitando de esta
forma una valoración estrechamente causal basada en condiciones políticas,
económicas o geográficas, que en muchos de los casos —no todos— ahogan la sana
interpretación. Variaciones que no quedan encorsetadas solo en una dimensión
temporal cronológica aislada, puesto que, como decíamos antes, involucran una
cosmología, un orden, y como orden, no podemos dejar ninguna dimensión “fuera”
de él. Nos valdríamos en todo caso de variaciones epocales,
si así partimos de un recurso de ampliación terminológica: época hace
referencia tanto al espacio como al tiempo, no siendo reducible tampoco a la
suma de los dos.
Volviendo al ejemplo, no es que
Mairena esté en contra ramplonamente de toda cosaque suena, como si fuera la suya una batalla en favor de un silencio —que sería
más bien acallamiento— monacal y ecuménico, esto sería ridículo. Nunca
deberíamos posicionarnos en contra de un sonido creador (o creativo), sino de
aquel que suena por
sonar, que suena por no escuchar, que lo hace por llenar nuestra
soledad de ruidos que impidan un pensamiento grave de nuestra misma existencia.
En otras palabras, creemos que el maestro aboga por un sonar consciente, dialogal. No
nos percatamos normalmente del poder artístico de la conversación —quizá de ahí su
grandeza—, no obstante, difícilmente se es partícipe de una co-creación más
grande y más pura que la de conversar, la del equilibrio perfecto entre el
decir y el callar. Cabría añadir que se conversa con verso, y en lengua castellana
es término que esconde además un mensaje de creación, de conversión. Se trata de una de las artes más complejas que existen, y desgraciadamente la estamos olvidando en sudesuso –junto con el arte de la memoria,
intrínsecamente unida con la primera.
Atendemos, por tanto, a una
transformación generacional clave, vertida en la naturaleza de nuestra espera,
ya que ésta, en su variar, actúa no solo en lo que somos, también en nuestro
obrar. Esta clase de “inmediatez” de la que somos partícipes viene marcando
nuestro día a día, y con ello la predominancia de aquellos movimientos y
prácticas artísticas que requieran de un movimiento cada vez menos paciente.
Siendo así que las estructuras organizativas actuales que “sostienen” al arte en
casi toda su extensión, como museos, galerías e instituciones de todo tipo, son
ahora el apoyo idóneo y la consecuencia natural de esta capacidad transformada
de soledad, gracias a su constante tensión hacia los “resultados”. No son pocas
las convocatorias artísticas que imponen veladamente su propia visión de lo que
tiene que ser de “rabiosa actualidad”. Creo que esta clase de construcciones
acabarán por transformar nuestro obrar creador en una suerte de batalla –no
siempre pacífica– por el reconocimiento mas no por el
conocimiento, hecho que dejó hace tiempo de ser tangencial para
convertirse en único fin en sí mismo. La
fama –es decir, el reconocimiento– impulsa
al arte, nos advertía ya un poeta en la Roma decadente. Pienso en esto como
la consecuencia de la fragilidad de nuestro campo sonoro, de los andamiajes de nuestro
silencio.
Paradójicamente, el silencio puede
considerarse como la única lengua universal, ya que su
inteligibilidad se da en una intimidad humana básica. Pondré un poco más en
claro lo que entiendo por esta clase de inteligibilidad aplicada al silencio.
Con inteligibilidad hago referencia a una capacidad de comprensión que no
necesariamente lleva conocimiento distintivo o racional de su mano. Aludo con
ella a la noción clásica de inteligencia que representa algo más que una
lucidez de tipo enciclopédico, tratándose más bien de un saber—acercando todo lo instintivo y sensorial que nos transmite el verbo—.
Conocimiento entrevisto (intelligere),
que es capaz de leer entre líneas. Esta inteligibilidad, la del silencio, se
deriva de una situación sumamente especial: solo aprehendemos verdaderamente un
silencio con “otro” silencio, y no con uno cualquiera sino con uno armónico. Esta noción nos descubre un
horizonte de “comprensión pneumática”, en mi opinión estrechamente vinculada
con una sabiduría mítica. Sin alejarnos demasiado, diría que esta
inteligibilidad del silencio informa la arquitectura del mythos,entendido como horizonte de comprensión.Esta “comprensión pneumática” es tal porque es necesaria no solo la aspiración
a ella, también la inspiración, símbolo que abarca una estructura humana básica
(respiración). Por esta misma razón, no
podemos coartar nuestro diálogo comprensivo de los movimientos artísticos desde
el punto de vista del discurso (espirado), también tenemos que dejar lugar al
silencio (inspirado) si no queremos sufrir una representación unidimensional y
por ende defectuosa de una realidad artística más amplia. En otras palabras, la
crítica artística no puede basarse solamente en enunciados historiográficos, y
mucho menos en ecuaciones matemáticas, como tampoco en proposiciones
filosóficas o estéticas. Sin desechar ninguna de ellas, la plena
inteligibilidad además busca de ser artística, co-creadora, esto es, armónica
con un todo. Nadie dijo que esto fuera fácil, desde luego.
Las consecuencias de la transformación
de “este”
silencio anuncian un futuro incierto en el
arte, abocado a ser arte ruidoso. Esta tendencia
a la pérdida de un silencio fundamental, humano, como la progresiva transformación
de nuestra soledad y de nuestra paciencia, producirá cada vez con más
predominancia obras artísticas y movimientos creadores colectivos de suma
fragilidad y sostenidos en intenciones segundas. Ruido sobre la obra artística
similar a las interferencias por encima de las transmisiones: impedimento para
escuchar la realidad de un mensaje que desea ser transmitido, comunicado. De ahí las huellas que podemos encontrar en esas obras
que demandan de otros ámbitos como el periodístico como principal sostén, en
parte debido a la intolerable espera que
requiere una obra de arte genuina. Para resumir, de las más, no habrá obras de
suspiro y sí de frío discurso. Quizá no sería tan descabellado reescribir un manifiesto aparte titulado, con
permiso de Russolo, The Noise of Art.
En mi opinión, lo verdaderamente
contemporáneo es la variación en la tolerancia de la espera, de la naturaleza
de nuestra soledad. Presencia de una sigefobiacreciente, de un miedo cada vez más acuciante al silencio. Miedo que pudo estar
siempre, es cierto, pero que hoy toma un
poder constituyente decisivo y característico de una época. Toda soledad no es
descubrimiento, también existe la soledad que aplaca, atemorizante, pero a esta
preferiría llamarla aislamiento. Ya es tiempo de cuestionar la tendencia a la
negativa concepción de la soledad.
Por último, me gustaría desmarcarme de
una cierta intención universalista, buscando una complicidad de distinto orden
en el lector; para llamar, eso sí, a una actualidad que debe ser tratada con
urgencia, dadas las consecuencias que podrían tener y de hecho están teniendo
en los discursos culturales predominantes. Una hermenéutica que no pretenda
sentar cátedra, sino interlocutores en un diálogo humilde.
Daniel del Río
Guadalajara,
Abril de 2017
Fiesta
de la Espera a la Resurrección