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¿Qué es la escultura?
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Discurso para el 20º Día Internacional de la Escultura
ante la
Asociación Provincial de Amigos de la Escultura de la ciudad de Guadalajara
Estimados amigos y amigas, lo primero de todo agradeceros
hoy vuestra cara presencia, con tan poco aviso y con motivo de suyo enigmático,
si me permitís esto último. He de decir que encontrarnos al amparo de un día
como este es ya suficiente buena noticia, como lo atestiguan nuestros rostros, repletos
de una alegría indisimulada. Alegría que es como la del niño con juguetes
nuevos –esta que parece ser tan nuestra, ¿no es cierto?– o como la experimentada
al ver de nuevo a un buen amigo después de un largo viaje en barco. Mas desde
luego una alegría que poco tiene que ver con la del deportista cuando consigue
una medalla, o la del político cuando gana las elecciones… y perdonadme si
parece que me pierdo en circunloquios ya desde el inicio –aún siendo este tan
escultórico proceso, he de decir, por lo que tiene de rondo–, así pues, vayamos
al tema que nos ocupa.
La otra tarde, andaba dando vueltas tratando de imaginar
lo que vendría a deciros cuando, de repente, se me apareció un buen amigo, de
esos que llaman verdadero; al verme a lo lejos, no dudó en acercarse. Mi amigo,
cuando vio que hablaba solo, como un demente, me preguntó: Daniel, pero hombre,
¿qué haces hablando solo?, ¿qué es lo que tramas? Aquí me justifiqué diciendo
que estaba preparando un discurso sobre escultura y que andaba un pelín
nervioso. Por un rato estuvimos intercambiando opiniones, hasta que mi buen
amigo no pudo resistirlo más y me preguntó directamente: y bien, Daniel,
entonces…¿qué es eso de la escultura?, ¿a
qué se dedica el escultor concretamente? Sintiéndome acorralado nuevamente,
intenté rodear su pregunta –como parece ser costumbre–, y le dije que la
respuesta se parece a la del poeta cuando le preguntan sobre lo que es la
poesía. Mi amigo, no dándose por vencido tan fácilmente, replicó: explícate
mejor, que eso que dices es como no decir nada. En efecto –le contesté–, llevas
toda la razón, y la próxima vez que nos encontremos trataré de explicarme como tú
te mereces, amigo mío.
Finalmente, ese día llegó, y me dispuse a cumplir mi
palabra como sigue:
Verás –le dije–, soñé un día que estábamos tu y yo en
medio del campo paseando, y junto a nosotros un barbero, un duque, un bachiller
y un cura con un canónigo de la mano. En medio del camino resultó que el
silencio se le hacía pesado a más de uno, y llegado el punto, lancé una
pregunta al vuelo para hacer más llevadero el tramo: “¿Señores míos, que es eso que dicen que es la poesía?”. El barbero
contestó, sin pensárselo dos veces, que son canciones tristes o alegres, cantadas
a coro para celebrar la victoria o la derrota de algo; y sentir sentíamos que
no iba desencaminado, pero que ahí la cosa no acababa. Seguidamente, el duque replicó
que se trata más bien de una composición hecha a partir de palabras rectas, como
de artesano de vocablos de amor proferida; aquí nuestra contestación fue más
bien mirarnos los unos a los otros, sin poder decir ni si ni no, ni tampoco lo
contrario; a lo que el bachiller, haciendo suya la pregunta, proclamó que su
diferencia reside en la rima y en la plasticidad metafórica creada; y nosotros,
sin poder negar su demostrada maestría, tampoco acabamos por zanjar la
discusión, por sentir que quedaba mucho ahí sin atar; cuando finalmente, vino
el cura, con el canónigo de la mano, anunció a los cuatro vientos que la poesía
es alabanza a lo más alto, gloria de los hombres todos; y aquí nosotros,
recogiéndonos algo el pantalón y la camisa, respondimos alzando levemente las manos
y encogiendo los hombros. Y cuando parecía que la cosa llegaba a su fin, de
entre la maleza apareció un reconocido poeta, uno de los que llaman grandes, y
dijo, sin pensarlo dos veces, el poema soy YO. Y justo después de escuchar este
último alarido empezaron todos, poeta incluido, a gritarse, haciendo contienda
de aquel campo apacible y tranquilo. Así fue cómo todos y cada uno de nosotros,
llegados a este punto, decidimos separamos, tomando cada uno su sendero… pensando
eso sí en nuestra cabeza ahora repleta de ideas que, después de todo, no se
andaba tan mal en ese silencio tan pesado. Pero…¿y tú y yo? –me dijo mi amigo al acabar– ¿qué es lo que hicimos? Nosotros, amigo mío, seguimos andando hacia
nuestro destino, no sin antes agradecer de corazón al poeta, al duque, al cura
y al barbero el magnífico espectáculo.
Pues bien, al finalizar esta historia, y como quien termina
de escuchar una canción, mi amigo sacó en claro esto: discutir sobre escultura,
poesía o pintura, nos devuelve a donde estábamos. Yo le abracé pues pensaba
como él. Creía de veras que preguntarse por algo tan entrañable al mundo, como lo
es la escultura, era más un juego de artefacto, o a lo más, ejercicio mental para
volver al mismo punto pasado el rato.
Con esto que os acabo de contar compañeros no pretendo ganar
la medalla al mayor escepticismo de barbecho, no me malinterpretéis, nada más
lejos de mi intención. El resorte de un preguntar primero nunca será en balde si
anhelamos construir un tejado más firme a lo que hacemos y amamos hacer, ¡admito
que el camino no esta exento de placeres! Pero si me dejáis, os diré algo: no
busquéis solo el reposo del banquete suculento, buscad la tranquilidad del
campo… porque a lo más con el primero conseguiréis un descansillo en forma de
siesta, y solo hasta que apriete el calor de media tarde. Pero caminando el
campo, con vuestros propios pies, estaréis formulando preguntas mucho más
interesantes, como quién es el caminante. Por eso yo os insto a no dormiros en
los laureles… a esperar, sí, pero esperar despiertos, pues la hora llega cuando
llega, ya que nosotros, amigos míos, compartimos la espera del pescador.
Por ello os diré que nos conviene hoy más que nunca albergar
de nuevo el legado de nuestro escultor manchego, el escultor-panadero del
simple nombre –nuestro Alberto– cuando dijo que esculpiéramos nuestros ojos a
las formas que se ven a las 5 de la mañana… ¡fijaos bien, no cabe más verdad en
sus palabras!, ya que esta es la hora justa, cuando no hay nadie mirando ni están
abiertos los mercados. A las 5 en punto, ni más tarde ni más temprano, justo al
despuntar el alba, dando a luz a lo cotidiano y sacro.
Amigos míos, no debería alargarme más sobre esto, porque
estrictamente hablando señores, escribiendo, tachando o arrugando el papel al
tirarlo, discurrimos lo escultórico. Esta es nuestra bendición como nuestra
tortura. Así, la escultura, es lo que es; o mejor, será lo que es caballeros...
pues también es ensueño. Vuelvo a pediros excusas si con esto solo añado piezas
al puzle. En fin, otro día trataremos temas no menos capitales como es la lucha
contra la estatua o la necesidad de renovación de lazos con nuestros hermanos
los arquitectos. Por último, si de verdad anhelamos coger en brazos el misterio
hasta que este descanse en nuestro pecho, si este es, como yo lo creo, el más
profundo deseo de nuestros corazones, salgamos al campo –sí, el de mi sueño– y en
silencio, cada uno transite su sendero; que puede que nuestra escultura sea el polvo
enamorado que levantan nuestros pies descalzos o el canto sabroso de los
pájaros, o quizá sea el perfume de las flores silvestres que por sorpresa nos
encontramos… pero eso sí, ¡tengamos cuidado para no acabar desorientados!,
porque cuando el día cae en el campo no hay farolas ni letreros luminosos, como
en la ciudad, y ahí es cuando deberemos más que nunca valernos de nuestra brújula
sita al fondo del pecho –¡esa magnifica escultura!– y, mirando tanto al suelo
como al cielo, orientarnos a través del firmamento. Solo así podremos dar por
cumplido, caballeros de la Suave Figura, el mensaje inscrito en nuestro
heraldo: solo el que ama el mundo, pasea de verdad el campo. Muchas gracias.
Daniel del Río
14 de Abril del año 2020