El tiempo del escultor

— 2021



Todo tiempo es propicio para dar a luz a la escultura. Que todo tiempo sea propicio no significa que cualquier momento sea capaz de dar a luz una escultura. La escultura como creación materializada –filial en primer grado– está, mas permanece al cuidado de la atención del ser. El arte dignifica al ser, porque le dona sentido al tiempo y al espacio. El arte se sacrifica para gloria del tiempo. Gracias al arte creador somos conocedores del “es” del tiempo. Normalmente se piensa que un escultor es la persona que se dedica a fabricar cosas bellas en mayor o menor medida, cuando en realidad el tiempo es la mayor preocupación de un escultor. Para ello desarrolla la habilidad escultórica por antonomasia: la paciencia. Si un escultor deja de ser paciente –si deja de estar esperanzado–, deja de ser escultor; podrá ser cualquier otra cosa, pero habrá dejado de ser escultor. El escultor no “hace tiempo”, el tiempo no se puede hacer, el tiempo nace. Y este nacimiento es el tiempo propicio de la escultura. Cuando vemos una escultura nueva, lo que vemos es un tiempo nuevo. Lo último de lo que prescinde la escultura es de su tiempo. El tiempo es la gran escultura del hombre. Por eso el estado más caro a un escultor es la concentración, es decir, conseguir hacerse tiempo. Amo a la escultura no porque me permita ver algo que está delante de mí, sino porque me hace sopesar el tiempo hacia donde me dirijo. Nunca me ha interesado especialmente ni cortar ni ensamblar. Decidí dedicarme en cuerpo y alma a la escultura porque gracias a ella me podía entregar al misterio del tiempo.  

Podría producir grandes estatuas, pero no por ello llegar a la plenitud de la escultura. Para ello debería encontrar la salida al laberinto cerrado y desorientador construido con el muro de mi estatua, de mi penosa estatura.

El escultor es un filósofo cuyas dudas y asombros se le presentan en forma de escultura. Si un escultor habla, debería hacerlo a partir de esculturas, si escribe también debería hacerlo a base de esculturas. La escultura permite por un momento que el tiempo no devore mi ser, como Cronos hacía con sus hijos, y que sea mi ser el que se alimente de eternidad, como se hace en la eucaristía. En una balanza permanecen esos dos “momentos” siendo la escultura el fiel equilibrador de ambos.


Cuando alguien muere se suele decir que ha llegado su hora, su tiempo. En nuestra cultura, Cristo trastocó el tiempo del sacrificio con la Pascua. El Cristo, al hacerse escultura, llego a la mimesis, escultura perfecta a partir de su cuerpo crucificado en las dos dimensiones del madero, que son las dimensiones espaciales atravesadas por su cuerpo que es el tiempo. El Hijo, como decían los antiguos, es el arte del Padre. A Cristo-esclavo le ataron a una columna, al crucificado le elevaron en escultura. Cuando Cristo resucitó, dignificó el tiempo, sacrificó el tiempo a la eternidad y la eternidad al tiempo para siempre. Solo hay un “antes” y un “después” a partir de los ejes de coordenadas espaciales del madero vertical y horizontal atravesados por su cuerpo, que es el tiempo.

Al hilo de esto, ¿qué es lo que tienen en común los símbolos del pan y el vino? Que ambos simbolizan tiempo, un tiempo que da fruto; al madurar la uva, esta se convierte en vino, y lo mismo le sucede al pan. Lo que media en el pan y el vino es el acto de la espera. Los judíos rememoran con el pan ácimo la inmediatez de su espera hacia la libertad, pero incluso para escapar de la esclavitud y la injusticia es necesario esperar el tiempo oportuno.

En la muerte de Dios se celebra la plenitud del tiempo; momento que no es del todo temporal, mas no es eterno aún. Así se inaugura el tiempo vital que media entre el ser –ousía– y el no-ser-aún –parousia–. El paraíso escultural para mí es este, ya que el cielo y el infierno no son lugar, sino tiempo.



Festividad de la Espera, Abril de 2021.